A. GHIGGIA




Um dos ensinamentos mais populares é aquele que diz que devemos respeitar os mais velhos. Pelé, com seus 73 anos, deve respeitar portanto o Ghiggia, que tem 86. E todos nós que não temos ainda 73 anos devemos respeitar esses dois monumentos do futebol mundial que, de uma forma compreensível, já dão muitos sinais de idade avançada. A tão esperada Copa no Brasil vai se aproximando e os dois ícones ganharam destaque mundial nos últimos dias mesmo com suas limitações atuais. São, além de idosos, ex-jogadores de uma era romântica, muito marcados por pancadas e por um nem sempre adequado cuidado médico (esporte de alto rendimento muitas vezes é terrível para a saúde). E deixaram isso mais claro ao aparecerem em campanhas ligadas de alguma forma ao Mundial de 2014 nesta semana que encerrou e definiu as eliminatórias.
Ghiggia não tem a fama de Pelé, mas é sem dúvida mais venerado pelo seu povo do que Pelé é pelo seu. Normalmente, essa comparação é feita em relação a Maradona, que é 20 anos mais jovem do que o mito brasileiro. Mas preferi refletir agora sobre um ídolo de um país vizinho mais velho que o Rei. O sobrevivente da Celeste campeã de 1950 foi na última quarta-feira com a camisa do Uruguai num carrinho-maca para o estádio Centenário para ouvir os seus jovens conterrâneos gritarem seu gol mais marcante. Aquele gol de Ghiggia nos fatídicos 2 a 1 sobre o Brasil marcou até Pelé, que jurou a seu pai em meio ao Maracanazo que faria o seu país ser campeão do mundo (e fez, por três vezes, chutando bem para longe o tal Complexo de Vira-lata). Será que nunca ninguém pensou em levar Pelé com a camisa azul do Brasil ao Maracanã para os mais jovens gritarem um dos gols dele na Copa de 1958, aquela que colocou de vez o Brasil no mapa-múndi? Será que nunca ninguém pensou em levar Pelé com a camisa amarela do Brasil ao Morumbi para os mais jovens gritarem um dos golaços que ele não fez na Copa de 1970? Será que, se essas homenagens acontecessem, Pelé (calado como um poeta) seria mais aplaudido ou mais vaiado?
Pelé recebe muitas homenagens aqui e acolá, muitas delas comerciais ou com algum interesse não tão esportivo por trás. Mas uma homenagem nacional como a que Ghiggia recebeu no Uruguai nesta semana, uma espécie de agradecimento eterno pelo que ele fez, Pelé ainda não recebeu direito aqui no Brasil. E ele é sabidamente o mais renomado brasileiro da história, quer gostem ou não os intelectuais do país.
Ghiggia foi lembrado justamente pelos brasileiros na hora da Copa. Ele, um dos convidados esperados no sorteio do Mundial, é o fantasma de 50 em carne e osso, está mais vivo do que o descontraído fantasma de 50 que assombra o Rio de Janeiro em comercial da fornecedora de material esportivo da seleção uruguaia. Mesmo que o velho lobo Zagallo, que viu de costas para o campo a final de 1950, não curta o convite a Ghiggia por superstição, o carrasco maior do Brasil está na história das Copas, está na nossa história e hoje é só um inofensivo humilde senhor de idade que vive em sua modesta residência em seu pequeno país e que sobreviveu até a um acidente automobilístico em junho de 2012 (sofreu fratura em uma das pernas que pisaram no Maracanã há 63 anos e teve um traumatismo craniano). Gigghia tem amigos brasileiros e, em respeito ao “país rival”, pouco fala sobre 1950, pouco se gaba, ele não se veste de fantasma, ele nos respeita demais e nem precisava disso (imagina se os marrentos Cristiano Ronaldo e Ibrahimovic fizessem os gols do Maracanazo 2... falariam disso para o resto da vida). Ghiggia poderia ser visto como uma espécie de Barrabás aqui no Brasil, assim como Pelé poderia ser visto como um Jesus pelas graças dadas ao país. Mas nem uma coisa nem outra acontece. Vemos um respeito aqui à figura de Ghiggia, como o protocolo do sorteio do Mundial não me deixa mentir. E vemos a tiração de sarro com Pelé ser um dos esportes favoritos dos brasileiros. Há o reconhecimento de que ele foi o maior jogador de todos os tempos, mas há o hábito de não perdoar nenhuma de suas falhas, mesmo agora que ele manca um pouco (passou por cirurgia delicada no quadril) e não tem mais o pique para dar aquelas arrancadas desde o meio-campo.
Autor: Rodrigo Bueno





En español:

Maracanazo en el cielo



Es el primer 16 de julio sin Ghiggia, que hace un año se “unió” al plantel.
Con Julio Pérez hicimos varias veces jugadas así. Una de ellas, pude finalizarla con centro bajo hacia atrás y el Pepe, empalmando tiro alto, empató. Después, otra vez combinamos, me le escapé a Bigode, que estaba muy desorientado, y cuando creyeron que haría la misma terminación a mi carrera, viendo el hueco que me dejaba Barbosa, tiré contra ese palo… ¡Cómo para no festejarlo! Ellos quedaron quebrados totalmente. Después, nos hicimos grandes amigos con Bigode y Barbosa. Y esta debe ser la millonésima vez que cuento ese gol…"
Así contaba Alcides Ghiggia su gol a Brasil en el partido decisivo del Mundial de 1950, en una entrevista con la revista Deportes en 1972. Después pasaron más de 40 años, durante los cuales debió relatarlo una y otra vez, en forma cada vez más frecuente, a medida que el paso del tiempo lo iba convirtiendo en el último testimonio viviente de aquella hazaña.
Este 2016 trae el primer 16 de julio sin Ghiggia. Se fue hace exactamente un año, en la definitiva señal de cómo esa fecha se había consustanciado con su figura. Quedan las grabaciones de Carlos Solé o Duilo De Feo, las imágenes en blanco y negro, también con millones de emisiones pero todavía con el poder de emocionar.
En Argentina se están celebrando por estos días los treinta años del título obtenido en México 86, cuando Maradona se puso el cuadro al hombro y salió a gambetear ingleses. ¿Cómo recordarán en Italia los aniversarios de aquellos triunfos de Vittorio Pozzo, antes de la Segunda Guerra Mundial? ¿Mencionarán los alemanes con lágrimas el llamado "Milagro de Berna"? En dos años a los brasileños les toca evocar los 60 de Suecia y la fulgurante aparición de Pelé. Pero cabe dudar que todos estos aniversarios tengan la significación de aquel de 1950.
Para empezar, Ghiggia y sus compañeros regalaron al mundo del deporte un nuevo término: Maracanazo. Por algo ya tiene su propia entrada en Wikipedia: "Maracanazo (en portugués: Maracanaço) es el nombre con el que se conoce a la victoria de la selección de fútbol de Uruguay en el partido decisivo de la Copa Mundial de Fútbol de 1950 frente a la selección de fútbol de Brasil. Contra todo pronóstico, Uruguay ganó a Brasil por 21 en el Estadio Maracaná de Río de Janeiro. Por extensión, el término se ha generalizado para definir a aquella victoria de un equipo o deportista, preferentemente una final, en campo ajeno y teniendo todos los factores en contra".
Campeones.
Todos los triunfos deportivos tienen dos polos que se rechazan: la alegría de los ganadores, la tristeza de los perdedores. Pero el tiempo va vaciando de a poco ambas cargas, hasta convertir todo en una simple anécdota. No es este el caso. En Uruguay la hazaña pareció dar vuelo a la idea de una singularidad nacional: "nacidos para campeones", se decía, porque hasta entonces la Celeste había participado en cuatro grandes competencias mundiales y las había ganado todas. En buena medida eso contribuyó a afirmar la identidad de un país pequeño y cuyos héroes se remontaban a los años de la independencia. Y cuyo mayor prócer murió en un amargo exilio. Pero también jugó en contra de la necesaria actitud de superación constante. En esas condiciones, dejamos de ser los mejores casi sin darnos cuenta. Y depositó, durante mucho tiempo, una pesada carga en los botines de las nuevas generaciones de futbolistas, llamados a continuar las proezas de Ghiggia y sus compañeros y crucificados por no poder hacerlo.
Para los brasileños, en tanto, la cicatriz del dolor quedó expuesta por años. Tantos, que muchos opinaron que solo una herida más brutal, como la humillación del 7 a 1 ante Alemania en el Mundial 2014, pudo ocultarla. Pero esta goleada no los hizo cambiar de camiseta, como ocurrió en 1950, cuando se archivó el uniforme blanco para pasar al verdeamarillo. Y los obligó a buscar nuevos caminos hasta lograr, por fin, los ansiados títulos mundiales. Claro que cuando sus jugadores perdieron partidos que parecían ganados de antemano, fueron acusados de haber olvidado Maracaná.
Un gigante.
Todo ese maremoto de consecuencias, nacidas de su gol aquel 16 de julio, se iba registrando mientras Ghiggia jugaba sus últimos partidos por Peñarol, cuando se fue a Italia contratado por la Roma, al regreso de Europa para defender a Danubio y Sud América. Y después, a la hora del retiro. Su figura pequeña, de pronunciada nariz y finos bigotes, se fue haciendo más grande en mil entrevistas en las que volvía a contar el gol. Se sumaron los homenajes que no tuvo en juventud. Logró el milagro de ser venerado por sus propias "víctimas" brasileñas. Y se convirtió en una leyenda viviente, que atraía periodistas de todo el mundo o recibía invitaciones para grandes acontecimientos.
Claro que fue una leyenda a la uruguaya, disponible para sus admiradores sentado en alguna tribuna del Estadio Centenario o paseando por Las Piedras.
Este 16 de julio de 2016 puede parecer algo extraño, porque no está Ghiggia. En realidad, sigue estando igual que cuando emprendió su veloz corrida por la punta derecha en el césped de Maracaná.

GHIGGIA EN ITALIA 🟥⬜🟩

Ghiggia, aunque uruguayo, tenía un gran amor por Italia, país de sus abuelos paternos. Allí había llegado, en 1953, para vestir y honrar la camiseta de la squadra capitalina, la Roma. Ya había conquistado, para ese entonces, la Copa del Mundo con la selección uruguaya, por lo que su nombre no era para nada desconocido.
Fue acogido con profundo respeto y admiración. Jugó ocho temporadas con la Roma, más de 200 partidos como titular, convirtiéndose en un punto de referencia para sus compañeros y desempeñándose como capitán.
En su palmarés se encuentra también la Coppa delle Fiere, alcanzada con su querida Roma. Más tarde, se desempeñaría también en el Milan, un pasaje breve pero recordado. Jugó también algunos partidos con la selección italiana, ya que tenía ambas nacionalidades.





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